“Mujeres que leen”, por Miryam Pirsch


Lectoras del siglo XIX. Imaginarios y prácticas en la Argentina, de Graciela Batticuore. Buenos Aires, Ampersand, 2017, 174 páginas.

Las mujeres que leen son peligrosas… o al menos eso parece por el modo en que la opinión pública y los hombres, en particular, se han ocupado de vigilar y castigar durante años (¿o siglos?) qué leen y qué hacen con aquello que leen. Peor aún: ¿qué efecto produce en las mujeres aquello que leen? Y si no, ¿cómo explicar que se haya acuñado una expresión tal como el bovarismo?
Padres, hermanos, tutores, maestros siempre sintieron curiosidad por saber qué leían “sus” mujeres, por elegir qué podían leer y qué no, con qué libro sería preferible que fueran vistas en público. Representaciones de mujeres con libros entre sus manos no han faltado a lo largo de la historia del arte y es a partir de esto, la representación de escenas de lectura protagonizadas por mujeres, desde donde Graciela Batticuore nos propone iniciar el recorrido por los imaginarios y prácticas de lectura entre las lectoras en la Argentina del siglo XIX.
El punto a partir desde el cual Batticuore emprende este ensayo es una serie de pinturas de Prilidiano Pueyrredón, Carlos Enrique Pellegrini y otros, además de escenas de Amalia  (Luis Moglia Barth, 1936) y Camila (María Luisa Bemberg, 1984). Son estas escenas de lectura las que organizarán la propuesta del ensayo en tres capítulos de acuerdo con aquello que estas mujeres leen: “La lectora de periódicos”, “La lectora de cartas” y “La lectora de novelas”. Esta organización delinea tipologías femeninas pero también organiza una cronología que comienza por 1801, con los primeros semanarios porteños, y llega más allá de la generación del 80. Lejos estamos de presentar a mujeres lectoras que poco a poco se convierten en escritoras. Desde esos tempranos periódicos previos a la independencia nacional el proyecto de la alfabetización femenina, los cuidados y precauciones moralistas para con las lectoras, el derecho a la independencia intelectual han sido algunos entre otros puntos de tensión entre escritores y escritoras, entre lectores y lectoras. El hombre, como mediador, pretende a través de editoriales y artículos modelar la pertinencia de lecturas adecuadas para madres e hijas, en tanto ellas a través de tempranas cartas de lectoras se enuncian como sujetos cada vez con mayor presencia en el consumo de libros y semanarios ilustrados, folletos y magazines y muy pronto como autoras con voz propia.
La alfabetización de las porteñas pinta el cuadro de la Buenos Aires moderna, alejándose del atraso que el Romanticismo asociara con la colonia española: el proyecto civilizador abre la posibilidad de que las mujeres ilustradas representen ese ideal que cuenta con representantes tanto entre los sectores rosistas como entre los opositores al régimen. Mariquita Sánchez, Eduarda Mansilla y Juana Manuela Gorriti son las figuras que escriben las primeras páginas entre estas mujeres que invierten la tutela y el magisterio masculino para instalar en la segunda mitad del siglo, a las mujeres que escriben. Pero si bien estos nombres nos resultan familiares, hacia 1880, lectoras de diferente adscripción social completan su educación sentimental por medio del folletín, de novelas o de diarios –como La Voz de la Mujer (1896-1897), el periódico anarcofeminista dirigido por Virginia Bolten. 
Lectoras del siglo XIX. Imaginarios y prácticas en la Argentina es una sociología de la lectura que proyecta interrogantes más allá del período en el que se centra: cómo eran las lectoras de folletines y el público de las recitadoras de las primeras décadas del XX, qué leían las sufragistas o las obreras a la salida de las fábricas son algunas de las tantas preguntas que nos haremos cuando terminemos de leer la página 162 de este tan coqueto como contundente volumen. 

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