“La mirada dandy: ensayos manieristas de J. K. Huysmans”, por Walter Romero
La epilepsia del cielo, de J. K. Huysmans. Traducción de Claudio
Iglesias. Rosario, Iván Rosado, 2017.
1. Bajo el peregrino título de La epilepsia del cielo la editorial rosarina Iván Rosado –con tapa
colorida de Fátima Pecci Carou– acaba de publicar un libro que parece una cosa
pero es otra. El libro compila una escueta –pero “seleccionadísima”– serie de
artículos del autor francés J. K. Huysmans (1848-1907) sobre artes plásticas y
costumbres de época. Pero lo que en verdad estos artículos muestran es la
fenoménica de una mirada: los modos en que una mirada dandy –de paradójica consistencia
volátil– expresa la tensión entre estética y forma. Aislado y precioso en su atavío, proteico y
autorreferencial, el dandy es el tótem donde todas las modas se inmolan y donde los modos huysmasianos de observar
detalles en ciertas obras de arte (Manet, Tissot, Rembrandt) o en pormenorizadas “maneras de vivir” (Los
habitués del café) se expanden; con rococó y preciosismo, demuestra cómo desenmascarar
imposturas o chambonadas, volviendo cada observación la captura untuosa –y
suntuosa– de un objeto.
2. La galería de los dandys literarios le otorga un lugar
esencial al personaje del duque Jean Floressas Des Esseintes que combate, con
galanuras de su propio ajuar, al racionalismo positivista y cientificista que
proclama el orden y el progreso. Es la morbosidad erótica con que Huysmans
recubre a este dandy, una de las maneras bajo las cuales esta figura “cuaja” en
el decadente Oscar Wilde. Lo que más nos conmueve aún hoy —de esta compilación
de artículos de Huysmans y de À Rebours
(Contrapelo), su novela insignia, que tiene por protagonista justamente a
Des Esseintes— es la subjetividad de artista que todo lo impregna: esa
sensibilidad manierista que, acoplada a una contemplación obsesa, vuelve impar
todo detalle. Ante el embotamiento de los sentidos, la mirada dandy redobla la
apuesta. Antes que las drag queens, los dandis y J. K. Huysmans ya lo sabían:
todo debería volverse hipersigno. Si
en las drags hay detalle preciosista y, a la vez, trazo grueso, en el mundo dandy —en la operación que significa mirar como un dandy— el fondo y la forma
se vuelven dos modos alternos, esquizos y contiguos de observación. Lo que en
Villiers de L’Isle Adam era “intersigno”, en Huysmans es hipersigno.
Estos artículos —traducidos con destreza estilística por el refinado
Claudio Iglesias— parecen escritos como en relieve. Huysmans nos “ofrece” un
modo de mirar que prefigura al expresionismo, al pop y a la posmodernidad en un
doble juego de foco y fuera de foco,
como un modo de no caer —jamás, nunca jamás, jamás de los jamases— en la
domesticación de la imagen.
3.
En el pabellón de los prototipos del dandy —haciendo
un poco de historia— el personaje (in)augural es el hermoso lord Brummell. Su
figura y su recorrido son un croquis donde reificar las prácticas públicamente fetichistas
del dandismo: que son tarea de denegación, pero también de cruce. Será Barbey d’Aurevilly quien emprenda junto a Musset,
Nerval, Gautier y Baudelaire el análisis de esta práctica pública y secreta a
la vez. Los ejercicios de seducción deben venir con guasa incluida o con una ironía
social lo suficientemente efectiva como para enfrentar a una clase política
infame o a una burguesía en pleno ascenso. El dandy en Brummell inaugura la
manera mediante la cual un complejo sistema de implicaciones sociales organiza
otra manera de “hacerse visible”. Brummell prueba así a ser andrógino, dilettante,
snob (sine nobilitate) o parvenu. Lord Brummell es, en sí
mismo, un catálogo. En el museo del dandy no hay sólo historia o sistema: hay
arqueología; es decir, retazos de improntas sociales que han quedado impresos (a
modo de criptografemas) en telas, en cortes, en colores, en maquillajes, en
plantillas, en prótesis, en adornos, en joyas: —en suma— en la “magia” de los
detalles, pero de detalles que, a su vez, arman
conjunto. El dandy arremetía con los ajuares de su boudoir (el
terciopelo y las tabaqueras, las chisteras altas, los polvos y las flores
exóticas, los zapatos con engarces de seda, las cajitas de rapé), pero generaba
un constructo. La seducción necesita
de estos apliques al atuendo para darle forma a ese “monstruo”. En el dandy —y
en la mirada que Huysmans practica— está la depuración “barroca” de toda una
época que parece concentrarse en juegos de atracción
y rechazo: el aura de esos objetos atrae y molesta, convoca y repele.
Barbey dirá del dandy: son la sed de capricho de
las sociedades hastiadas.
6. Estos artículos se detienen en el highlateado de la más nimia voluta: la “caja” del costillar de un
Cristo, las medias de un “brillo en sordina” de Naná, la hipersensibilidad que
provoca el color rojo o la erótica puntita de oro de un limón en una naturaleza
“muerta”. En la descripción dandy del detalle hay delectación y festín
semiológico. Huysmans dice: “La aristocracia del vicio se reconoce hoy en la
lencería”. Su constitución por parcelas o fragmentos, o partes de partes, será
uno de los espectáculos predilectos de esa modernidad. Como “parte” de una serie
difusa –y siempre rizomática-, el detalle puede ser caprichoso o razonado, pero
siempre originalísimo. En la constitución de su singularidad, la mirada dandy “registra”
pero con el desdén de una “femme fatale” que supo ser la malvada mujer
baudeleriana o bien la exhumación decimonónica —en Nerval, en Flaubert, en Mallarmé
o en Wilde— de la fatídica mujer bíblica cuyos nombres supieron ser Eva, Judith
o Salomé. Así como Barbey se encargó de historizar al dandy al rastrearlo en la
las primeras décadas londinenses y en encapsularlo en la tercera década parisina
del siglo XIX; Baudelaire lo inscribió en el vaciamiento de las demarcaciones
sociales e históricas, volviéndolo pasaje, o tránsito obligado hacia una sustanciación
volátil y Huysmans, el gran Huysmans, hace de su mirada dandy un verdadero
ejercicio de anonadamiento. En los textos que La epilepsia del cielo recopila, el sentido del detalle manierista
se fija, pero su apresamiento tiende paradójicamente a la pulverización: como
el polvillo que nimba una bellísima y policroma mariposa en trance de disecación.
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