“La ferocidad de Saxrani”, por Francisco Pazzarelli


 Catre de Fierro, de Alison Spedding. La Paz, Plural, 2015, 450 págs.  


1. En buena parte de los Andes, kuchus son ofrendas no sangrientas de seres vivos –llamas, por ejemplo–, que son estrangulados, ahogados o enterrados vivos para terminar con alguna mala racha de accidentes –en las minas, en las rutas– o para iniciar alguna construcción. En obras de gran envergadura, como edificios o puentes, los seres humanos son las presas preferidas, que se entierran vivas –generalmente, alcoholizadas– para que carguen con el peso de los predios sobre sus espaldas. Cualquiera que haya hecho etnografía o algún tipo de trabajo de campo en los Andes sabe dos cosas: primero, que las historias de kuchus humanos son del tiempo de antes; segundo, que el tiempo de antes no está muy lejos del nuestro. Podríamos agregar una tercera y es aquella que refiere a cierta precaución –digamos, metodológica– de no desconfiar de lo que se escucha en campo y aceptar todas las verdades como lo que son. Así, los kuchus son del tiempo de antes pero también de éste y están por todos lados sin estarlo[1]. A las dudas se las lleva el viento o se las guarda bajo tierra, poniendo cara de resignación como la de aquellos ingenieros, nacidos en catre de fierro, que aunque se esfuerzan por vestirse de modernidad terminan por ceder ante los consejos de un layqa[2] y pagan lo necesario para que algún malnacido en catre de palo les agencie un kuchu –o se transforme él mismo en uno. Y así hacen su bendito edificio sin problemas.

2. La última novela de Spedding consigue que el mundo de los kuchus –y de otras prácticas, como el culto a los cráneos humanos o t’uxllus– habiten sus párrafos, sin nunca dejar de resonar con lo que pasa o podría pasar fuera de sus páginas. Catre de Fierro describe los devenires de la Bolivia pos-revolución del ´52 mediante otra descripción, la de una saga familiar de venganza que inicia en el poblado de Saxrani, que a su vez sirve para describir los diferentes mundos de la política, con kuchus, t’uxllus, sindicatos y devociones católicas incluidas. Saxrani es un punto en el mapa, marcado con sangre, que estaba condenado desde antes de la Revolución Nacional. Cuentan que nació maldito, habitado por un saxra[3] perverso que estira sus brazos entre las sierras de la provincia de Inquisivi. Saxrani se reproduce y escupe hijos, pero no los suelta: algunos retornan resignados y otros son obligados a volver para ser bien aplastados contra el suelo del que nunca deberían haberse despegado. Por más de cinco décadas y 400 páginas, es esta intensidad la que cargan en la espalda los vástagos de Saxrani, suerte de personajes-kuchus de este libro. Son los patrones que ahora quieren ser políticos, que se codean con la burguesía moderna y humanista –a la que sin embargo, le encanta ‘jugar’ a los hacendados– y contratan los servicios de un layqa para prosperar y ascender socialmente. Son los indios –los nuevos ‘campesinos’, luego del ‘52–, que abandonan el campo y se van para la ciudad, se sirven del mismo layqa para hacer crecer el negocio, pues han devenido en comerciantes exitosos y no dudan en hacer una platita con la coca pisada. Es esa misma coca que aprenden a aspirar junto con los hijos de sus expatrones, que ni siquiera saben bien de qué se trató eso del ’52 porque en definitiva las cosas no han cambiado para muchos. Finalmente, todos los catres apoyan sobre el mismo piso de mierda; es sólo que algunos se hunden más que otros.

3. Spedding es dueña de un procedimiento que revela, desde hace tiempo[4], su oficio de escritora en continuidad con el de etnógrafa. Se trata de lo que podríamos llamar una descripción feroz, ubicada entre un conocimiento denso y pormenorizado de las cosas y relaciones que le interesan, un acercamiento profundo a los diferentes puntos de vista en juego y el manejo de distintos nudos argumentales que cuajan personajes que destilan verosimilitud, incluso en los pasajes más inverosímiles. Su escritura, además, viene siempre acompañada de un proceso de cauterización que evita la supura de cualquier romanticismo ingenuo. No hay paños rosas ni bucolismos sobre la vida indígena y campesina; su descripción no evade ni el horror, ni el terror, ni se apoya en dicotomías estereotipadas del tipo rural-urbano o moderno-indígena. Pero tampoco hay mezclas simples: las cosas no se funden más o menos bien con otras, como en esos sincretismos sociológicos a los que todavía quieren acostumbrarnos. Por el contrario, su libro (¿toda su obra?) no cesa de sugerir que las relaciones en juego son parte de una gran composición, con conexiones parciales, asimétricas y siempre cambiantes entre sus partes. Spedding juega con los contextos, haciendo que unos describan a otros, cosiéndolos de tal modo que la luz no pase entre ellos y dejando, en cambio, la costura para ser admirada. ¿Acaso sería posible separar a los saxras, de la venganza o de la Revolución Nacional? Catre de Fierro, emparentado con las mejores etnografías sobre los Andes, nos enseña que esas preguntas son fútiles. La historia humana que se gesta aquí está recorrida por fuerzas que no le son propias; variaciones de aquello que algunos nominan hoy “cosmopolíticas”.

4. Es en su procedimiento, entonces, que la escritura de Spedding gana relevancia para todos los que intentamos escribir y describir algo, pues articula la ferocidad de lo ‘real’ con la descripción de lo ‘imposible’ y permite así que la ‘ficción’ emerja. Un tipo particular de ficción que logra llevar a serio y describir –en el sentido fuerte de la palabra– todo aquello que la mayoría de los análisis dejarían en los márgenes, como notas de color. Para decirlo de otro modo, es en esa articulación donde su escritura tiene “efecto” (parafraseando a Marilyn Strathern): sin dejar de reclamar “ficción”, las páginas de Catre de Fierro son extremadamente “persuasivas” respecto de lo que narran –una venganza familiar– y de lo que pueden ayudar a narrar mejor –los devenires pos ‘52. En este sentido, la novela no habla ‘sobre’ los indios y la Revolución, ni intenta ‘representar’ los años de la coca; se preocupa más bien por conectarse con las relaciones que ese campo propone y hablar desde allí, atender a la ferocidad que Saxrani reclama para ser descripto y continuar en la escritura con las fuerzas y las intensidades de una historia que no es (sólo) de antes. Catre de Fierro, así, no es un punto de vista externo sobre las relaciones que describe sino una variación de ellas que se codea seductoramente con la posibilidad de haber sido ‘real’. Una “ficción persuasiva” o descripción feroz que revela en sus efectos la condición sobre la que reposa. Pues no nos engañemos, Saxrani no está escrito en la novela: Saxrani fue enterrado vivo entre sus párrafos y desde allí muestra sus entrañas.






[1] En una entrevista concedida por Spedding, ella responde sobre la práctica de los kuchus de la siguiente manera: “Siempre he escuchado historias, como la de que un trabajador del Servicio de Caminos desapareció y su familia acusó a empresarios de que lo enterraron en los cimientos de un puente en la carretera a NorYungas; o el caso de una persona del altiplano a la que le habrían enterrado en la Autopista y después apareció su mujer a reclamar. Y dice que en el monoblock de la UMSA [Universidad Mayor de San Andrés -La Paz, Bolivia] son cuatro (los sacrificados), aunque nunca se han aclarado estos casos”.
(http://letrasietebolivia.blogspot.com.ar/2015/03/catre-de-fierro-una-de-kuchus-tragedias.html).
[2] (Aymara) Brujo o bruja que hace maleficios.
[3] (Aymara) Diablo o espíritu maligno de la tierra, que se ocupa de dañar a los desprevenidos.
[4] Manuel y Fortunato. Una picaresca andina (Editorial Aruwiyiri, 1997, La Paz), El viento de la cordillera. Un thriller de los ’80 (Editorial MamaHuaco, 2001, La Paz) y De cuando en cuando, Saturnina. Una historia oral del futuro (Editorial MamaHuaco, 2004. La Paz).

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