"Sobre las pequeñas intenciones", por Fabián Soberón

Pequeñas intenciones, de Jorge Consiglio. Buenos Aires, Edhasa, 2011, 192 págs.

La novela trabaja, sin énfasis, la narración de la vida monótona y cotidiana de un señor que vive en un pueblo pequeño. Su vida se resume en tres actividades: cuidar a su hermano deficiente, lidiar con un sobrino que le reclama una propiedad y sortear los avatares de un amor extraño y superficial. El protagonista cuenta los pormenores de su afición y ciertos problemas científicos; es muy interesante cómo ese narrador protagonista cuenta sus entusiasmos mínimos. La ingenuidad en su relación con la ciencia lo define a la perfección. El contraste acertado entre el candor del personaje y las dimensiones de los problemas que debe sortear dan un perfil justo de él y de los otros personajes, ya que él es el narrador. Por ese contraste, la novela adquiere un tono muy sugerente. Al narrar los hechos desde una mirada desenfocada, Pequeñas intenciones atesora potencia narrativa.
De las tres novelas publicadas por Jorge Consiglio, creo que esta es la que más se juega en narrar la cotidianeidad. Por otro lado, creo que no deja de ser un riesgo usar un narrador en primera persona durante toda la novela. Y creo que Consiglio pasa la prueba y logra darle a ese narrador un ritmo y una contundencia cruciales. No resulta fácil mantener la atención del lector con una voz en primera persona. Al mismo tiempo, ese recurso le otorga a la novela un atractivo especial. El narrador, vacilante, comunica sus juicios, sus desavenencias, sus alegrías y su indiferencia frente al mundo de manera directa, con el peso enrarecido de la subjetividad. Las pequeñas intenciones del narrador están teñidas por la curiosa mirada indiferente, a veces, o por la breve ira y la extraña acomodación a las desgracias. Esa subjetividad está en sintonía con el tono general de la novela.
La prosa, exquisita, tiene un ritmo que surge del cruce de la lengua oral y del lenguaje refinado, minucioso, adjetivado. La prosa de la novela combina la tensión y la "brusquedad" de la lengua cotidiana y la levedad y el encantamiento de la poesía. Los personajes son memorables: el protagonista vive sus avatares cotidianos con parsimonia estoica, el hermano deficiente es retratado con precisión, el sobrino ambicioso y cruel, y la hermana ausente, narrados todos con pinceladas justas y oportunas y; en la parte final del libro, los hombres rudos y elementales que el protagonista cruza en Salta son logradamente dibujados. Me detengo en dos secuencias: los días que pasa con María Ester, la mujer que conoce en el hospital y con la que después sale (se podría decir que esa relación está atravesada menos por el amor que por la extrañeza). La otra secuencia es la que resulta de la relación que el protagonista mantiene con un anciano en el hospital (durante un trabajo ocasional como electricista, se produce un incendio y el anciano de la casa queda internado), él lo visita y dialogan como dos filósofos de barrio. ¿Se podría decir que la relación que mantienen es una amistad?
Con el transcurso de los hechos, el protagonista debe viajar a Salta. El viaje es una aventura de consolidación: se profundiza su desencantamiento. En la escena final, cuando él gira la cabeza y ve que Quispe, su eventual visita, está dormido, la desilusión y el peso de la pérdida absoluta de sentido se cierne sobre él y sobre el lector.

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