“La importancia del artista”, por J. S. de Montfort

Al infierno con la cultura, de Herbert Read. Introducción de Michael Paraskos. Traducción de Magalí Martínez Solimán. Ed. Cátedra, Madrid, 2011, 303 págs.

Al infierno con la cultura de Herbert Read (1893-1968), uno de los principales críticos y teóricos del modernismo del siglo XX, es un libro publicado originariamente en 1963, cinco años antes de la muerte de su autor y que por diversas razones ha quedado –desde entonces- un tanto en el olvido. En el prólogo fechado en 2002, Michael Paraskos, de la universidad de Hull, señala el revanchismo y la envidia por parte de los historiadores, pero también el creciente predominio de la crítica marxista –a partir de los 70´s– como razones para tal silenciamiento.
El libro de Read se compone de 14 ensayos de aliento platónico y que versan sobre diferentes temas, siendo la concepción de lo cultural, el valor del artista o la democracia, algunos de ellos; pero, sobre todo, una crítica severa al marxismo los cruza en su totalidad. En menor medida se ocupa Read de asuntos tales como la pornografía, la contribución del arte a la paz o el éxito económico y social del artista.
Lo que a mí más interesa del volumen y lo que me parece todavía válido para nosotros, más allá de los alegatos contra ideologías lejanas (no sólo se ocupa el autor de criticar el comunismo sino también el fascismo), es la función que Herbert Read asigna al arte, la de “surtir un efecto moral como acción y no como persuasión” (p. 300). Tal efecto tendría un carácter universal y solidario, además, pues según Eric Gill “cualquier ser humano es un artista en potencia” (p. 208). En el propio acto de la creación, según opinión de Read, encontraría el hombre su felicidad, una “sensación de eudemonismo o bienestar” (p. 296). Claro que no se olvida del valor diferente de la obra de arte, y así, asegura igualmente Read que “sólo unos pocos podremos llegar a ser grandes artistas” (p. 209); diferencia Read entre el talento –que todo el mundo posee– y la genialidad, una alteración no representativa. Tal diferencia hace que el genio esté menos sujeto a la influencia del Zeitgeist. Con ello, sería éste capaz de conjugar bien las contradicciones de su época, nos dice el crítico inglés, y generar esa tensión que las equilibraría.
Para ello aboga Read por una “educación artística”, que no solo inculque “conocimientos intelectuales” (p. 180), sino que consigne valor a una “educación instintiva” que desarrolle “los impulsos creativos y apreciativos” (p. 139) del individuo y que sea, al tiempo, una suerte de “educación de la sensibilidad”.
Siendo la ideal una sociedad en la que todos son potencialmente artistas, Read propone como alternativa al liderazgo de los poderosos y a la intromisión del Estado “la responsabilidad colectiva” (p. 130), gracias a la cual se instauraría una nueva cultura que “tiene que venir desde abajo” (p. 144), fomentada por el impulso autoexpresivo, del deseo individual de distinguirse creativamente. Los hombres así, se realizarían en la comunidad, y no a pesar de ella. La falla de la democracia, para Read, se basa justo en esto: en que no alcanza “un modelo integral de sociedad” (p. 115) por culpa de la dependencia de los líderes. Según Read (haciendo eco a Shelley), sólo el arte puede ser quien lidere una sociedad libre y crítica, puesto que la moral “es un sentimiento grupal […] de cohesión” (p. 119) y es el artista quien hace “que el grupo sea consciente de su unidad” (p. 43).
Para la consecución de tal fin, Read propone una sociedad natural, regida por una “economía que ya no sea competitiva”, una sociedad no política, sino gremial y descentralizada, no regida por la ambición personal. Una sociedad que garantice “la máxima utilización de [la] riqueza inherente” (p. 101) procedente del talento individual, pero con fines colectivos  (p. 103), en la que el Estado participe como mero árbitro. 
Hemos de fijarnos, dice Read, en la cultura de antes de los romanos, pues fueron estos quienes la convirtieron en un bien de consumo, y es que el capitalismo se ha servido de la cultura (especialmente del diseño) como subterfugio no solo para incrementar sus márgenes, sino para tratar de dar salida a los excedentes de su producción, “embelleciendo” los objetos. Debemos confiar, pues, en una cultura al estilo de los griegos, nos dice Read, una cultura que no sé de por añadidura, sino que sea “el estilo de vida en sí mismo” (p. 52) y así hemos de “simplificar la vida (p. 131).
Hay algo candoroso en la propuesta de Read, desde luego, y mucho de soflama y de afirmaciones severísimas que no quedan siempre satisfactoriamente desarrolladas en el texto, pero aun así, no es menos legítimo y pertinaz (y una necesidad contemporánea) su fe en la virtud social del arte, su confianza en el futuro; su idea de que el arte “es un índice de vitalidad social” (p. 35). Más allá de las falencias de su discurso (y es que algunos ensayos se contradicen con otros), deberíamos quedarnos con ese dictum suyo (y que yo aplaudo y secundo) de que “la vida sin arte sería una existencia carente de gracia y embrutecedora” (p. 73), y es por tal entusiasmo veraz que merece la pena leer el libro, hoy.

Comentarios

  1. Repasando hoy artículos sin leer de la publicación, me encuentro con la grata sorpresa de la presentación de Read de quien leí el libro en su 1ªedición. Comparto tus apreciaciones y comentarios y destaco el lugar del Arte como elemento AGLUTINANTE de la sociedad, más allá de la excepcional aparición de los genios, tanto en el arte como en la ciencia, motores que empujan el colectivo social.

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