“La irresolución de Descartes”, J. S. de Montfort

Una habitación en Holanda, de Pierre Bergounioux. Barcelona. Minúscula, 2011, 91 págs.
La huella, de Pierre Bergounioux. Barcelona. Días Contados, 2010, 71 págs.

 
La obra del francés Pierre Bergounioux, al igual que cuatro siglos antes la de René Descartes, se fundamenta en ese vértigo de tratar de pensar las cosas desde el principio, para redibujar el mundo y, con ello, materializar en palabras ese “juicio sereno” de Hume. Porque lo que importa, para ambos, no es lo que se dice. Es lo que se hace. Y es en este hacer de la escritura donde Bergounioux (Brive-la-Gaillarde, 1949) ha encontrado su entendimiento, su razón, en un estilo que mezcla la disquisición filosófica, la autobiografía y la narración de la poesía de las cosas (de la naturaleza, en fin). Una obra caudalosa (más de veinte volúmenes), aunque de libros breves –a excepción de sus diarios– que, por fin, llega al público español.
Tres son las novedades que se nos ofrecen en la actualidad: Una habitación en Holanda y La huella, ambas recientes (publicadas en Francia en 2009 y 2007, respectivamente), y compartiendo tema común: Descartes, el filósofo irresoluto. A estas dos hay que añadirles el libro B-17G (Alfabia, 2011). En breve, además, la editorial Días contados publicará Carnet de notesJournal 1980-1990. Nos concentraremos en los dos primeros, los que se refieren a Descartes.
En Una habitación en Holanda, Bergounioux se demora en ese punto de la historia en que nace la racionalidad contemporánea, también la novela moderna y el capitalismo –en suma, todo lo que hoy parece desmoronarse–. El libro es un recuento de las “largas y dolorosas dudas” que se le imponen a Descartes, alejado de las distracciones mundanas, en un exilio holandés en el que encuentra la austeridad de la paz relativa, la comodidad de la vida material y la virtud de la frialdad del clima que le permite establecer la “separación heurística” entre cuerpo y mente. Así, Bergounioux traza ese lugar memorable (los Países Bajos) que condicionará el alumbramiento de sus Meditaciones, un compendio filosófico formulado a la medida de un realismo indirecto cuya base, como hoy bien sabemos (y sufrimos) sería la racionalidad recelosa. La incertidumbre esencial sería pues de Descartes, de Bergounioux, y así también la del hombre de hoy, que desconfía de los sentidos y de la memoria. El libro, así, mezcla el ensayo con la narración, utilizando una tercera persona distanciada que permite la aparición de la fructífera especulación metafísica a la que el propio lector, sin darse cuenta, colabora activamente.
Si Una habitación en Holanda vendría a ser la evolución de la oratoria del discurso cartesiano que finalmente debe materializarse en el exilio holandés, La huella significaría la constatación empírica (personal, íntima) del propio exilio de Bergounioux, esta vez en una habitación de la memoria, en Brive, su ciudad natal. Con ello, además, se permite una leve refutación de la segunda meditación de Descartes, al decir que las cosas sólo se nos revelan en su pureza en la lejanía, y que “el exilio está en el principio del conocimiento y cualquier conocimiento es un exilio”. A este propósito, el texto se afana en una constante dislocación de las atribuciones semánticas que torna el discurso deliberadamente ambiguo –y, por ello, riquísimo–, evidenciando que sólo en la lejanía (tanto física como del significado) podemos verdaderamente saber quiénes somos nosotros mismos.
Debería saber el lector que la importancia de ambos textos reside en el hecho de que no son sino sendos tratados acerca de “cómo debemos vivir”. Y que, por ello, están llenos de ese estilo sublime (pero no difícil, aunque demandante) lleno de elipsis, omisiones y silencios del esteta Bergounioux, que hace suya la máxima de Hegel de que “sólo hay interés donde hay contradicción”.

Comentarios

  1. como un trabajo de análisis del discurso escrito, tuve que analizar éste artículo en la publicación "LA TEMPESTAD".... y vaya que fue difícil de analizar.

    Rodrigo C.

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